"Cuentan de uno de los grandes hombres del siglo XX, George Bernard Shaw, que cuando cierta persona fue a conocerlo, un artista muy creativo, novelista, vio tal profusión de hermosas flores en el jardín de Shaw que no daba crédito a sus ojos. Al entrar en la casa no vio ni una sola flor. Le dijo:
—Qué curioso... Con tantas flores y tan bonitas en el jardín... Podría cortar unas cuantas y ponerlas en un jarrón.
Shaw replicó:
—También me encantan los niños. Son tan hermosos como las flores, pero no les corto la cabeza para decorar mi salón. Las flores se abren, danzan en medio de la lluvia, con el sol, al viento. Están vivas. No soy carnicero; no podría arrancar una flor de su fuente vital, y además no me gustan los cadáveres en mi salón.
Tenía razón. Era un hombre sensible, muy sensible".
Osho, La pasión por lo imposible
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domingo, 22 de febrero de 2009
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