domingo, 3 de agosto de 2008

Castigado sin sexo

Desde tiempos inmemorables el sexo ha sido una de las monedas de cambio para conseguir alimentos, privilegios o artículos para todos aquellos que o no sabían, o no querían o no podían adquirirlos de otra manera.

Sí, efectivamente las relaciones sexuales se cotizan al alza y con el transcurrir de los siglos vemos que pase lo que pase, estemos en la época que estemos, conllevan un valor que no decrece, porque animan al abatido, alivian tensiones al estresado, desbloquean los enfados de enamorados y acompañan al solitario (al menos durante unos momentos), y todo esto se sabe.


El uso de la sexualidad como bien con el que negociar no es sólo un fenómeno macrosocial, también acontece a menor escala en ciertos hogares donde algunas parejas han aprendido a utilizar su intimidad como peaje o pago en especias al obtener otros beneficios emocionales o pragmáticos.

No es tan extraño escuchar aquello de “le tengo castigado sin sexo”, dando a entender que las veladas eróticas pueden extinguirse si el compañero no se doblega a lo que se le ha solicitado. Y seamos sinceros, ¿no suena esto a chantaje, “si tú no haces … yo no te doy …”?. Quizá en la vida real no se haga tan explícita la coacción, pero puede observarse igualmente si de repente se cierran las compuertas de la pasión cada vez que uno de los dos no se ajusta a las expectativas del otro.


En las décadas anteriores, dado que a la mujer se le asignaba un papel más pasivo (entre otras esferas, en la sexual), su deseo quedaba totalmente supeditado al que tuviera su pareja, por lo que casi nunca podía negarse a hacer el amor con su esposo; ya que de hacerlo, hubiera incumplido con sus deberes conyugales. Con la revolución sexual y la defensa de los derechos de las damas, éstas comenzaron a presentarse como dueñas y señoras de su propia anatomía, y a decir “no” al sexo cuando realmente no lo deseaban. No obstante, aún hoy en general, hay muchas féminas que se sienten obligadas a satisfacer sexualmente a su compañero, y por miedo o prejuicios no se atreven a elegir cuándo quieren tener relaciones sexuales y cuando no. Todo lo más que han logrado es poner excusas o dar evasivas del tipo “me duele la cabeza”.



En el lado contrario, están las mujeres que no sólo ejercen su libertad a la hora de decidir cuando quieren tener sexo, sino que además han encontrado en esta autodeterminación la gallina de los huevos de oro, pues han descubierto que si rechazan sexualmente las propuestas de sus compañeros durante semanas e incluso meses, estos empiezan a acceder más fácilmente a aquellas peticiones que ellas les habían hecho con anterioridad sin resultado exitoso alguno. Observan triunfadoras el poder que el sexo las otorga en sus relaciones de pareja para provocar determinados cambios de conducta en el otro.


Algunos lectores masculinos se estarán preguntando ¿hay hombres que hagan este abuso o mal uso de la intimidad para lograr que ellas cambien?. Estadísticamente parece menos frecuente, aunque en esto probablemente todavía pueda estar influyendo la presión social y cultural que recae sobre los varones que desaprovechan la ocasión de tener sexo. De todas formas, hemos de decir, que no hay venta si no hay comprador, y que es cierto que hay hombres que acceden conscientemente a modificar comportamientos (en contra de sus valores o creencias) siempre y cuando esté cubierto su apetito sexual. No se trata de descalificar por esto al genero femenino o al masculino, sino de criticar con rotundidad este tipo de conductas coercitivas que acaban deteriorando la calidad de las relaciones sexuales y reduciendo el sexo a un castigo de patio de colegio.


Con todo esto no queremos obviar que hay infinitud de casos en los que la falta de encuentros íntimos entre las parejas verdaderamente es la consecuencia de una ausencia de deseo enquistada y generada por continuas discusiones, en las que los insultos y la incapacidad para negociar brillan por su ausencia. Esto es algo que expresan bien algunas personas, en su mayoría mujeres (aunque también hay hombres entre ellos) en frases como ” estando enfadados me es imposible tener sexo; ¡con lo que me ha dicho no pretenderá que tengamos fiesta!”. Es perfectamente entendible que el estado anímico afecte al deseo sexual y sobre todo a la predisposición psicológica ante la sexualidad. Si uno se encuentra excesivamente frustrado, deprimido o ansioso, será muy difícil que pueda disfrutar plenamente de las sensaciones eróticas. Además, eso de “los grandes problemas se solucionan en la cama” más bien debería ser sustituido por “se tapan en la cama”. Los conflictos pueden camuflarse o disimularse bajo las sábanas, y ya estamos viendo que hay quienes ni si quiera pueden hacerlo, pero a medio plazo todas las máscaras se caen y se vuelven insuficientes.


Tan malo es privar a la pareja de tener intimidad hasta que no haga lo que uno desea, como regalar sexo para acallar conciencias y tapar los agujeros de las miserias conyugales. Lo deseable es aprender a comunicarse, a pedir sin coaccionar, a preferir que el otro haga cambios en lugar de necesitarlos a vida o muerte, a saber que el compañer@ tiene derecho a decir no o a tomarse un tiempo para pensar. El sexo es una forma más de compartir emociones y sensaciones, que hay que cuidar y que no merece la pena convertirlo en algo punitivo con lo que castigar a la pareja.


Foto1: mikita dream

Foto2: Lezah de la fortuna




No hay comentarios.: