jueves, 28 de agosto de 2008

El sexo en la antigua Mesopotamia

En artículos anteriores de nuestro sitio, hemos descrito algunas prácticas sexuales bajo el rótulo de Sexo Underworld, denominación que elegimos pues son prácticas que no son precisamente masivas y que no se anuncian con bombos o platillos y que, por supuesto, causan cierto escozor cuando son trasladadas como tema de conversación a una reunión o sobremesa de personas comunes. Ciertamente, los tabúes sexuales se ciernen desde hace cientos de años en que son comenzados a ver como algo prohibido que debía mantenerse oculto de la superficie de la retórica. Pero hubo un tiempo al que la ley de la relatividad Einstein alcanzó y lo que ahora es Sexo Underworld era perfectamente normal y una escena más de la vida común y rutinaria. Quizá uno de los casos más saltantes a este respecto lo encontramos en el próximo oriente, específicamente en la región de la Mesopotamia, donde el sexo se vivía sin tapujos y más bien gozaba de un constante aliento para su práctica y no decimos en el hogar sino elevado a la atmósfera de un templo, como un ritual bien establecido y cuyo objetivo básico era el mero placer, relegando a la procreación a un segundo plano.



Imagen tomada de Flickr por jrffotos


Al mencionar esta región, básicamente hacemos referencia a las culturas Sumeria y Babilónica que se asentaron alrededor de lo que hoy es Irak. En aquellos tiempos, el sexo se practicaba dentro del templo. Allí se encontraban las sacerdotisas de la diosa Belit-Ishtar y totalmente a disposición de los fieles. Hablamos de cientos de personas que se congregaban para tener sexo. Los fieles se encontraban en la capacidad de acercarse a la mujer que quisieran y establecer los primeros vínculos para sembrar en ellas el deseo y en minutos pasar a la –imagino- frenética cópula.



Haciendo el paralelo con las prácticas de hoy, podríamos establecer un símil con lo que hacen los swingers, los cuáles se reúnen en clubes en donde cada uno elige libremente con quién desea tener sexo. En este contexto no reina la prepotencia sino más bien la convicción y la apertura mental, lo cual es básico para disfrutar del sexo en plenitud. El intercambio de parejas es fomentado y se busca que elevar el sexo a un status de cuasi veneración. Ciertamente, las culturas asentadas en la Mesopotamia, creían que el sexo, era la manera más eficaz de situarse cerca de los dioses, siendo el momento clave de este método, el orgasmo.


Otra costumbre de los babilonios, era reunir a todas las mujeres casaderas desnudas, en una plaza del pueblo y ponerlas en subasta. En efecto, en medio de esta práctica, los hombres que se congregaban en dicha plaza, podían “catar” las mujeres antes de empezar a pujar en la subasta. Todo con dinero de por medio, por supuesto. Nuevamente vemos que aquí los tabúes desparecen y la “cata” se efectuaba allí mismo, en plena plaza, y a vista y paciencia de los demás participantes de la subasta que a su vez podían observar el desempeño de estas mujeres y decidirse a participar en su puja. Ciertamente se daban algunas situaciones durante esta práctica que podríamos comparar con lo que hoy se hace en los llamados Gangbang. Efectivamente, sucedía que a veces, una de las mujeres despertaba el deseo de más de un potencial comprador y más de un babilonio deseaba “catarla”. Era entonces que cada hombre, por turno, debía copular con esta única mujer. En este punto ya se puede pensar que el machismo dictaba entre los babilonios.



Imagen tomada de Flickr por Seriykotik1970


Pero lo interesante de esta cultura, era que el dinero que recaudaban durante estas subastas, estaba destinado a engrosar la dote de las mujeres menos agraciadas del pueblo para que no quedaran solteras de por vida. Y todo pasaba por el filtro del sexo en comunidad. Otra práctica sobre la que se puede establecer un símil con la cultura swinger actual, es la que le permitía a los hombres de Babilonia, ofrecer a sus esposas como parte de pago por algún préstamo. Ciertamente, el machismo estaba desterrado porque no es fácil para un hombre acceder a estas concesiones. Pero la mujer también es utilizada como instrumento civilizador. Según la leyenda de Gilgamesh e Enkidu. El primero –hombre civilizado-, envía al segundo –hombre salvaje- una prostituta para que lo civilice. Se logra el cometido y ambos pelean pero terminan haciéndose amigos. La mujer fungió como ente civilizador y a la vez como dadora de placer. A su vez, actúa como mediadora entre el hombre e Ishtar, la divinidad que fertiliza la naturaleza. En tal sentido, sería estrecho mirar a la mujer como objeto y sería amplio advertirla como la que domina los impulsos primitivos, calma las pasiones y enseña el camino a la vida civilizada.




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