viernes, 22 de agosto de 2008

El cariz sexual del tango

Era indescriptible la emoción de mi amigo Carlos, luego de su primera lección de tango, misma que había tomado con total incertidumbre y prácticamente obligado por las circunstancias. Sucede que, obligado por el atributo de la cacería que asiste a todo hombre soltero, joven y con niveles de testosterona promedio, decidió perseguir a su musa inspiradora hasta donde ella fuera. Si entraba a comer a un restaurante de comida tailandesa, ahí iría Carlos a enfrentar su estómago con pulpos vivos y grillos fritos, si ella iba a la peluquería, pues Carlos tendría que tragarse su orgullo y hacerse la manicura o algún tratamiento facial propio de un metrosexual, y si Cristina, su musa, se matriculaba a clases de baile, él tendría que hacerlo también. Fue en estas circunstancias, cuando Carlos se matriculó en la misma clase de baile que Cristina y las lecciones no iban a ser fáciles pues se trataba de uno de los bailes más difíciles de dominar, pero también de los más sensuales y sexuales que se conocen. Sin embargo, serían motivo del primer contacto físico para ambos, contacto que terminó horizontalmente al cabo de pocos días.



Imagen tomada de Flickr por cmua


Mentiría si digo que pensando en esta anécdota caí en la cuenta de que el tango guarda una estrecha relación con el sexo. En efecto, esto no es un misterio y todo aquel que ha visto alguna vez el desarrollo de este baile, al menos grosso modo, sabe que los cuerpos no pueden ser indiferentes y, siendo honestos con ustedes, quien escribe tendría que ir tras su mujer si ella decidiese algún día tomar clases de tango pues ciertamente el espacio propio que toda persona tiene se ve más que invadido durante este baile.



Además, los movimientos eróticamente sinuosos y las miradas deseosamente establecidas entre la pareja de baile, hacen que esta danza sea prácticamente un preámbulo o una invitación explícita al sexo luego de culminada la sesión musical. El tango horizontal y sin más música que los exhalados por los ya calientes e hipotéticos amantes. ¿Vieron que rápido corre la imaginación? Pues a eso invitan estas escenas. La vestimenta es otro factor de peso en este baile. El hombre vestido formalmente, con trajes de caída impecable y una pulcritud propia del día de la juramentación de un presidente.


La mujer, de un vestido sugerente, con generosos espacios abiertos y el cabello recogido en irresistible moño, completa la erótica escena. El resto lo hacen los compases y la coordinación que debe existir entre ambos –casi escribo amantes- bailarines. Indudablemente, existe otro factor de mucho peso que asocia el tango al sexo en nuestras mentes y es el cine, factor que además encuentra nombre propio en el film El Último Tango en París, largo metraje de Bertolucci que rompió esquemas en su época –comienzos de los setentas- y que trajo mucha cola amén de las críticas del momento. En este film, el sexo toma otro vuelo, más allá de sus fronteras naturales de procreación y no digo placer. Se nos presenta más bien como un catalizador, una suerte de medicina o de tratamiento para la soledad, la tristeza, la adicción y la frustración propia de las desgracias que pueden ocurrirle a una persona durante su vida. El sexo bajo el rótulo máximo del anonimato que no se detiene a pensar en nombres o concepciones no deseadas, sino que quiere brillar por lo que es: una de las energías más poderosas de la naturaleza y que sólo puede ser controlada por su propia práctica y encausada por su intenso orgasmo.



Imagen tomada de Flickr por formfaktor


Todas estas consideraciones asientan una suerte de voyeurismo dentro del marco del tango, la diferencia cultural que separa a la gran mayoría de los espectadores respecto de las coordenadas sudamericanas de este baile hace también su trabajo y añade más leña al fuego del erotismo, dotándole de un matiz de misterio y de profunda curiosidad. Pero para el bailarín de tango es esto y más, es comunión con la pareja, una lectura de miradas y de anuncios corporales, propios de la ágil mente de Bruce Lee quien ya sabía lo que iba a hacer su oponente con sólo mirar sus hombros. El contexto histórico en que surge el tango tampoco puede quedar fuera de este análisis y nos señala que la marginalidad –en la que surgió este baile-, además de dotarlo de estos particulares pasos de baile, le salpicó ese atributo de prohibido que el sexo siempre degustó. Finalmente, consideremos que en el sexo, los movimientos coordinados también están presentes, los lenguajes de las miradas también y ni qué decir de la forma de abrazar a la pareja. En este contexto, las palabras salen sobrando y, si realmente logramos un contacto efectivo, el sexo se disfrutará tanto como un tango bien ejecutado.




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